Por Jaime Queralt-Lortzing Beckmann. Colaborador en La Salle IGS
Hace ya unos años, allá por 2014, escribí en este mismo blog en torno a cómo debíamos utilizar correctamente el e-mail en un artículo que denominé ’La Urbanidad en el E-Mail’ (https://wp.me/p8roN-JP) y el caso es que estos días, obligados por este estado de confinamiento en el que nos encontramos, veo un enorme crecimiento en el número de videoconferencias a las que he tenido que asistir.
Todos somos un tanto principiantes en estas lides y no seré yo el que me las dé de experto, ni mucho menos; pero sí que creo que tenemos que aplicar todos un punto de sentido común y casi diría que de cortesía. Superadas ya las veinte videoconferencias, me considero en disposición de hacer algunas apreciaciones en las que pienso que una gran mayoría de nosotros vamos a poder coincidir.
En concreto, me estoy refiriendo a una en la que he estado presente hoy mismo y de la que voy a tratar de analizar algunos detalles. Se trataba de un encuentro convocado por una grandísima consultora y a ese foro se había llamado, como intervinientes en una mesa redonda, a cuatro CEOs de diferentes compañías de tamaño medio a medio-grande, a los que se invitaba a reflexionar en voz alta sobre cómo afrontar este periodo post-confinamiento en sus organizaciones.
Empiezo por reconocer que, lógicamente, es aceptable un cierto grado de relajación formal en estos eventos, que cada uno afronta desde su casa particular y con la precariedad de los medios técnicos a su disposición; pero todo debe tener un límite, una línea a no traspasar.
Miren, tres de esos cuatro CEOs que les comento se encontraban sentados en un escenario, digamos, poco adecuado. Uno de ellos estaba en lo que parecía ser un trastero, en donde a sus espaldas se veían unas toscas estanterías con, incluso, un bote de pintura ya abierto y una serie de cajas de cartón apiladas atropelladamente. El segundo de ellos aparecía en una especie de pasillo, que probablemente llevaba a la cocina, por el alicatado de las paredes, y con una puerta al fondo que no se abrió menos de seis veces a lo largo de la sesión, para dejar entrar a niños que iban y venían, cosa que en algún momento le llegó a distraer de lo que se comentaba. El último de esos tres presentaba una pared blanca pegada a su espalda, cosa que no hubiese sido particularmente molesta, aunque nada estética, la verdad, sino fuera porque tenía un exceso de sobre iluminación que apenas dejaba que se le viese en condiciones.
Ojo, que hablamos de personas que les aseguro que no residen en una vivienda convencional, ni mucho menos, y que disponen de espacios más que suficientes para elegir. Creo que este es un primer punto a tener en cuenta.
Pero otro, no menos relevante, es la presencia física de los invitados. Doy casi por hecho que tras esta pandemia la corbata prácticamente ha muerto, pero uno de los ponentes se puso delante de la cámara con una suerte de camiseta blanca, sin cuello y con unos dibujos en el frontal y sólo quedó una duda en el aire, ¿sería la del pijama? Oigan, pero es que un sesudo ejecutivo, al que hemos visto engominado en otras muchas ocasiones, lanzaba sus reflexiones hoy con un pelo desordenado, que parecía no haber tenido tiempo material de peinar. Y sin querer extenderme demasiado, hubo otro de ellos que bebía, se supone que café, directamente de un termo a cada poco. Una sencilla taza hubiera hecho el mismo servicio.
Reitero, no puedo, ni pretendo, ser modelo de nada ni de nadie y comprendo perfectamente que todos estamos en la situación que estamos, pero si hubiésemos estado en un foro público habríamos mantenido todos unos mínimos que de verdad creo que tenemos que establecer también para estas ocasiones.
Un cierto gusto por el fondo que elijamos, una iluminación lo más adecuada posible, una buena conexión a Internet y un mínimo cuidado de nuestro aspecto y formas personales van a hacer que cada vez mejoremos más a la hora de llevar a cabo estos encuentros digitales que, como se dice ahora, han venido para quedarse.