Los oradores profesionales no se preocupan exclusivamente del contenido del que van a hablar, también se centran en su capacidad de empatizar y conectar con su público y esto sólo lo consiguen a través de las emociones.
La palabra emoción viene del latín emotĭo, -ōnis que significa impulso que induce la acción. Es importante que lo pensemos con detenimiento: impulso que induce a la acción. Impulso que nos mueve, que nos hace sentirnos vivos, actuar… Las emociones juegan un papel trascendente en nuestra vida y también deben hacerlo en la comunicación. El miedo, la ira, la alegría, tristeza, la sorpresa son emociones que sentimos todas las personas en el día a día. Forman parte de nuestra experiencia, por ello también deben formar parte de nuestro discurso ¿Sabemos gestionarlas? ¿Sabemos dirigir nuestro miedo? ¿Sabemos trasladar alegría, tristeza, sorpresa? ¿Cómo expresamos nuestros sentimientos?
Habitualmente con dificultad. Suele ser el territorio donde peor nos movemos porque es algo íntimo, que nos afecta profundamente. Como consecuencia, solemos perder nuestra objetividad y capacidad a la hora de comunicarlos.
Sin duda nos ayudan a acercarnos a las personas y hacen que nuestro mensaje sea más cercano, menos frío, más directo, mejor entendido. Todos somos emocionales antes que racionales. A través de nuestras emociones interpretamos el mundo, luego comencemos a introducirlas en nuestro discurso. Es importante que aprendamos a expresar lo que sentimos: si estamos enfadados es necesario que quien nos escuche entienda que estamos enfadados, si estamos alegres por algún logro lo deberemos expresar, si hay algo que no nos ha gustado y estamos afligidos, tenemos que decirlo, es importante que lo hagamos porque si no lo hacemos, nuestros interlocutores no lo sabrán, y como consecuencia, no entenderán lo que nos está sucediendo. Por esta razón sea claro con sus emociones siempre que pueda.
Imagine la emoción como un gran filtro o una enorme lente a través de la cual percibimos las cosas que nos suceden. Si conseguimos narrar cómo nos hemos sentido en una experiencia determinada, qué pasaba por nuestra cabeza y los miedos que tenía, es muy probable que quien nos escuche perciba lo que hemos vivido de una forma muy aproximada a nosotros. Entenderá nuestra narración como algo propio, entrará dentro de ella, será capaz de vivirla como si fuera suya.
Por otro lado los recuerdos son una fuente de conexión muy importante con el público que nos escucha. Cuando revivimos una experiencia, habitualmente se producen varias reacciones: hacemos presente nuestro pasado, evocando algo que nos dejó huella y logramos que las personas que nos atienden sintonicen con nosotros y hagan el mismo ejercicio.
Los recuerdos, de hecho, son una puerta secreta de entrada a la vida de los demás, a través de los cuales, descubrimos que tenemos puntos en común y paradójicamente que hemos vivido situaciones que no son tan dispares. Están integrados por imágenes, olores, sonidos y experiencias que hace que nos comprendamos entre nosotros.
Todos hemos sufrido, hemos tenido miedo, nos hemos sentido inseguros, hemos vivido días en lo que no veíamos la luz al final del túnel y nos hemos impacientado. Todos hemos sentido el calor del sol sobre nuestra piel, el ruido de la lluvia chocando contra un paraguas, el relajante sonido de las olas al romper sobre la orilla del mar, nos hemos ensimismado mirando el color del fuego, recordamos el sonido del crepitar de las llamas. Le suena, ¿verdad?
Utilícelo en sus presentaciones. Permita a quienes le escuchan que vivan lo que usted vivió y sientan lo que usted sintió. Si lo logra, su experiencia se convertirá en la experiencia de ellos y usted habrá logrado algo precioso: comunicar.